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La Atención

 

Después de diez años de aprendizaje,
Tenno se convirtió en maestro Zen.
Un día fue a visitar a su Maestro Nan-in.
Era un día lluvioso, de modo 
que Tenno llevaba chanclos de madera
y un paraguas. 
Cuando Tenno llegó, Nan-in le dijo:
«Has dejado tus  chanclos y tu paraguas
en la entrada, ¿verdad?
Pues bien: ¿puedes decirme si has 
colocado el paraguas a derecha
o a la izquierda de los chanclos?».
Tenno no supo responder y quedó confuso.
Se dio cuenta de que no había practicado la 
Conciencia Constante. De modo que se hizo 
alumno de Nan-in y estudió otros diez años
hasta obtener la Conciencia Constante. (1) 




En una ocasión le preguntaron a Buda: «¿Quién es un hombre santo?». Y Buda respondió: «Cada hora se divide en cierto número de segundos, y cada segundo en cierto número de fracciones. El santo es en realidad el que es capaz de estar totalmente presente en cada fracción de segundo».
Esta pequeña cita, junto a la historia con que se inicia este escrito, nos puede ilustrar de lo importante que resulta el ser plenamente conscientes de cada instante de nuestra vida. Debemos ser conscientes de la materia que nos rodea, tanto de la que consideramos más grosera como de aquella más sutil, así como de la totalidad de los procesos mentales.

El sufrimiento procede de la ignorancia. Reaccionamos porque no sabemos lo que estamos haciendo, porque no conocemos nuestra propia realidad. La mente pasa la mayor parte del tiempo perdida en fantasías e ilusiones, reviviendo experiencias agradables o desagradables y anticipándose al futuro con impaciencia o miedo; y mientras andamos perdidos en tales deseos y aversiones, somos inconscientes de lo que está sucediendo aquí y ahora, de lo que estamos haciendo ahora mismo. Esto ocurre a pesar de que lo más importante para nosotros es, con toda seguridad, el momento presente, el ahora, porque ni podemos vivir en el pasado que ya se ha ido, ni podemos vivir en el futuro que está fuera de nuestro alcance.

Si no somos conscientes de nuestras acciones presentes, estamos condenados a repetir las equivocaciones del pasado y nunca podremos obtener lo que soñamos para el futuro, porque éste, el futuro, nos vendrá condicionado por las acciones pasadas que al convertirse en presente, culminará un circulo vicioso del que no seremos capaces de escapar y por lo tanto no seremos dueños de nuestros propios destinos.

Pero si logramos desarrollar la capacidad de ser conscientes del momento actual, podremos utilizar el pasado como pauta para ordenar las acciones del futuro de manera que nos sirvan para alcanzar nuestra meta.

Para lograr este propósito no es suficiente con estar atentos a los aspectos superficiales del cuerpo y de la mente, como por ejemplo, los movimientos físicos o los pensamientos, sino que tenemos que desarrollar la conciencia de las sensaciones en todo el cuerpo y mantenernos ecuánimes ante ellas, pues de lo que hablamos es de ser conscientes de todo lo que sucede en nuestro interior, de los procesos mentales, y al mismo tiempo no reaccionar, comprendiendo que todo cambiará.

Habitualmente el hombre está acostumbrado a la «re-acción», es decir, a actuar de forma programada y no consciente a un estímulo, que en la mayoría de los casos no es dueño de él.

Lo que aquí quiero resaltar, en contraposición a la reacción, es la importancia de la acción consciente y voluntaria que es dadora de libertad. En este punto el Buda dijo:

Cualquier sufrimiento que surja
Tiene una reacción por causa.
Si todas las reacciones cesan,
Entonces no hay más sufrimiento.




Este es un ingrediente de la verdadera sabiduría, la compresión de la propia naturaleza. Una compresión que se logra con la experiencia directa de la verdad en lo más cercano y más hondo a nosotros mismos, la compresión que surge de observar la realidad tal como es. Aprendiendo a observar atentamente, con ATENCIÓN, de forma objetiva la realidad, conseguiremos alcanzar la ecuanimidad necesaria para dejar de crearnos sufrimientos innecesarios e inútiles.

Me atrevería a ir un poco más allá diciendo que en la atención existe amor por hacer, escuchar y comprender todo lo que ocurre fuera y dentro de nosotros. En un momento de plena atención, cuando alcanzamos un estado de calma, podemos ver cuanta energía gastamos inútilmente a lo largo del día. Podemos darnos cuenta de lo falso y superfluo y como contrapartida de lo importante y verdadero. Esto es muy importante porque si no, solo nos daremos cuenta de la idea de lo verdadero, no de lo Verdadero en sí; nos quedaremos con los conceptos externos y no interiorizaremos la verdad de los hechos. Es el amor el ingrediente que nos ayudará a hacer de todo lo que ocurre algo plenamente nuestro, pero desde la comprensión.

Para conseguirlo debemos desarrollar la capacidad de sentir lo que sucede en cada una de las partes del cuerpo, ninguna debe quedar en blanco. Si dejamos que la atención se mueva sin orden ni concierto de una parte a otra, de una sensación a otra, como suele ocurrir, se verá atraída siempre hacia las zonas en las que hay sensaciones más fuertes. Omitiremos ciertas partes del cuerpo y no aprenderemos a observar las sensaciones más sutiles; nuestra observación será parcial, incompleta y superficial, por eso es esencial mover en orden la atención.

Quisiera dejar claro que de lo que hablo no es de la concentración, pues la concentración solo puede «ver» una cosa, es decir aquello en lo esta concentrado, no todo el proceso de la mente, donde hay reacción, agrado y desagrado, deseo, etc.

Mediante la atención, tenemos un espejo que nos muestra cómo respondemos a los objetos, dolores, placeres, ideas, recuerdos, opiniones, creencias y demás procesos que pueden provocar en nosotros una reacción. Pero si practicamos la atención nuestra respuesta será la acción, precisa y llena de una libertad, que no conceden ni quitan leyes o normas externas. En el proceso de atención existe siempre claridad y alerta, despertar, puesto que la mente está abierta y paulatinamente podemos liberarnos de las condiciones, del trasfondo de la vida.

Observar el presente, o sea lo que se nos está presentando a cada uno de nosotros en cada instante, es esencial en la práctica de la atención y no siempre es fácil. Ayuda el hacer la mente más lenta y para conseguirlo hay que observarla. Cuando se presenta un pensamiento, hay que observar el pensamiento.


(1) El canto del pájaro de Anthony de Mello. Ed. Sal Terrae
(2) Sutta Nipata, III, 12, Dvayatanupassana Sutta.


Miguel Ángel Reyes
Funcionario
Practicante de Yoga